jueves, 1 de julio de 2010

FRAGMENTOS



He comprendido que pocos hombres se realizan antes de morir, y he juzgado con mayor piedad sus interrumpidos trabajos. Aquella amenaza de una vida frustrada inmovilizaba mis pensamientos en un punto, fijándolos como un absceso. Mi deseo de poder era semejante al del amor, que impide al amante comer, dormir, pensar y aún amar, hasta que no se hayan cumplido ciertos ritos. Las mas urgentes tareas parecían vanas, desde el momento que me estaba vedado adoptar, como señor, decisiones referentes al futuro; necesitaba tener la seguridad de que iba a reinar para sentir de nuevo el placer de ser útil. Aquel palacio de Antioquia, donde algunos años mas tarde habría de vivir en una especie de frenesí de felicidad, era para mí una prisión, y tal vez una prisión de condenado a muerte. 

Envié mensajes secretos a los oráculos, a Júpiter Amón, a Castalia, a Zeus Doliqueno. Me rodee de magos, llegué al punto de hacer traer de los calabozos de Antioquia a un criminal condenado a la crucifixión y a quien un hechicero degolló en mi presencia, con la esperanza de que el alma, flotando un instante entre la vida y la muerte, me revelara el porvenir. Aquel miserable se salvó de una agonía mas prolongada, pero las preguntas formuladas quedaron sin respuestas. De noche andaba de vano en vano, de balcón en balcón, por las salas del palacio cuyos muros mostraban aún las fisuras del terremoto, trazando aquí y allá cálculos astrológicos en las losas, interrogando las estrellas titilantes. Pero los signos del porvenir había que buscarlos en la tierra.

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